Ecuanimidad
Se denomina ecuanimidad al estado mental de una persona capaz de reflejar equilibrio y estabilidad emocional aun estando en medio de una situación extrema que pueda generar el desequilibrio psicológico.
La palabra ecuanimidad deriva del latín aequanimĭtas, –ātis, que significa “imparcialidad”.
En este sentido, la ecuanimidad se refiere a mantener una actitud equilibrada y constante a lo largo del tiempo, más allá de las circunstancias que nos rodean, bien sean positivas o negativas. Es una poderosa energía de precisión, cordura, armonía y equilibrio. Es imparcialidad, respuesta proporcionada, medio justo, ánimo estable ante las vicisitudes o adversidades, mente firme e imperturbable ante el elogio o el insulto, la ganancia o la pérdida, lo agradable y lo desagradable.
Una persona espiritual usa su mente como un espejo. No se aferra a nada ni rechaza nada. Recibe, pero no conserva. Un espejo refleja innumerables imágenes, pero se mantiene intacto. Existe una actitud que dirige su atención hacia donde necesita, pero que, al igual que el espejo, no hace perder la propia estabilidad interior. Pero la ecuanimidad es también compasión, pues nunca es frialdad, desinterés o falta de sensibilidad. Es la visión equilibrada y clara que pone las cosas en su lugar y sabe ver, en el fondo de los eventos y fenómenos, la acción de las leyes de la naturaleza. La ecuanimidad surge al asumir conscientemente lo inevitable sin que el ánimo se turbe. Todo fluye, todo se modifica, todo cambia. En realidad, a la larga, nada permanece. La persona ecuánime comprende esta verdad, por eso mantiene el ánimo sosegado aún en las circunstancias más difíciles.
Ecuanimidad es vivir en el presente, libre del pasado y del futuro y sin reaccionar con avidez o aversión. El placer y el sufrimiento se alternan e incluso se producen simultáneamente. La ecuanimidad nace cuando uno no se aferra a lo agradable y no añade sufrimiento a lo desagradable. Las sensaciones surgen y se desvanecen, es su dinámica natural, como es la dinámica de esta Vida pasar.
Se vive ecuánimemente cuando se reconoce, en toda su profundidad, lo que significa dejar que ocurran las cosas. Esto significa vivir en una vasta quietud mental, en una calma radiante que permite estar plenamente presentes en todas las distintas experiencias cambiantes que constituyen el mundo y la Vida. La ecuanimidad es tolerar el misterio de las cosas, no juzgar, sino permitir un equilibrio interior que permite acoger lo que sucede, sea lo que fuere. Esta aceptación constituye la fuente de la propia seguridad y confianza.
Cuando una persona considera cada vez más experiencias como inaceptables para sentirlas o conocerlas, la existencia se le vuelve progresivamente más reducida, más limitada. Cuando se vive abierto para experimentar todo, se puede encontrar en esa aceptación la confianza y la certidumbre que tantas personas buscan a través del rechazo del cambio. Entonces uno aprende a relacionarse plenamente con la Vida, incluyendo a su inseguridad. En vez de hundirnos en las reacciones inconscientes observamos todo lo que nos sucede y obramos de una forma adecuada.
Mente atenta y en calma
Al ser ecuánime una persona se desplaza desde la pugna por controlar todo lo que sobreviene en la existencia a la sencilla y verdadera vinculación con todo lo que existe. Tiene una perspectiva totalmente diferente de la Vida pues, por lo general, el ser humano vive en un nivel de rechazo que la debilita profundamente.
La ecuanimidad surge también cuando se ve la ilusión del ego. Si no se comprende el hecho de que el ego ocasiona todo ajetreo, confusión y sufrimiento, no se puede ejercer una verdadera ecuanimidad. Se podrá suprimir la ansiedad y la inquietud pero no se vivirá la imperturbabilidad, el equilibrio y aplomo que se llama ecuanimidad. La consciencia y el conocimiento son la base de la ecuanimidad.
La ecuanimidad nace en por la comprensión, nace cuando se da su verdadero valor a todas las cosas, pues ser ignorante es dar falsos valores a las cosas y situaciones que componen la Vida… y esto supone siempre alejarse de la ecuanimidad y de la espiritualidad más auténtica.
El cambio es permanente
Todo fluye, todo se modifica, todo cambia. En realidad, a la larga, nada permanece. La persona ecuánime comprende esta verdad, por eso mantiene el ánimo sosegado aún en las circunstancias más difíciles.
Ecuanimidad es vivir en el presente, libre del pasado y del futuro y sin reaccionar con avidez o aversión.
El placer y el sufrimiento se alternan e incluso se producen simultáneamente.
La ecuanimidad nace cuando uno no se aferra a lo agradable y no añade sufrimiento a lo desagradable.
Las sensaciones surgen y se desvanecen, es su dinámica natural, como es la dinámica de esta vida: pasar.
¿Cómo puedo desarrollar ecuanimidad?
La respuesta a esta pregunta nunca puede ser emplear tiempo y energía en reprimir las emociones o en tratar de evitarlas, sino más bien enfocarse en abrir un espacio de consciencia en uno mismo dónde poder contemplar y conocer de un modo vivencial dichos movimientos.
A medida que observamos con mayor pureza y consciencia un estado emocional, éste se va liberando de la carga psicológica que le acompaña y se va mostrando como una experiencia puramente sensorial más, menos abstracta e indefinida y mucho más concreta y localizada.
Dicho con otras palabras, la observación ecuánime transforma a la perturbadora emoción en mera sensación.
Lo que antes se presentaba como un fuerte poder que cejaba y esclavizaba, ahora aparece simplemente en nosotros como una nube más en el paisaje sensorial.
De este modo, el meditador no sólo aprende a no temer a la emoción perturbadora, sino que, incluso puede llegar a disfrutar de su experiencia cuando aparece, ya que resulta ser una excelente oportunidad para jugar al juego de la ecuanimidad si es vista desde la perspectiva meditativa.
Ecuanimidad y meditación
Algunos meditadores confunden su práctica al tratar de mantenerse ecuánimes. Algunos visualizan lo que implica ser una persona ecuánime.
Piensan en ella como en alguien en quien se da poco movimiento emocional y en quien aparecen pocos deseos.
Y confundiendo el efecto con la causa, de un modo contraproducente, se esfuerzan y luchan por reprimir sus emociones y sus deseos. Lo cual sólo refuerza los patrones que les alejan de ella.
Como hemos visto anteriormente, la ecuanimidad es lo que se abre en ausencia de apego o rechazo.
Es decir, cuando ni el apego ni el rechazo al estado emocional o al deseo de turno está presente, la ecuanimidad si lo está.
La meditación es ecuanimidad. El meditador no rechaza ni se apega a lo que le acontece, y así, en la apertura y el espacio que la ecuanimidad otorga, vive de un modo directo la experiencia sin resistirse, acogiendo y favoreciendo su expresión con libertad.
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