El miedo es una de las seis emociones primarias y básicas que existen en los seres humanos. Se trata de una emoción desagradable que nos sirve para adaptarnos ante una situación de peligro, como la que estamos viviendo en la actual pandemia del COVID-19 que pone en marcha nuestro sistema nervioso simpático, que se encarga de que nuestro organismo disponga de un rendimiento óptimo por un breve espacio de tiempo. Todo ello nos prepara para la lucha o la huida de esa situación potencialmente peligrosa.

Una vez entendido que el miedo es una reacción adaptativa y normal ante situaciones peligrosas, se comprende más facilmente, que ante la invasión vírica, aparezcan reacciones y síntomas de ansiedad, como son: “miedo excesivo, taquicardia, respiración rápida, sudoración, etc”. Como consecuencia de ello pueden aparecer preocupaciones constantes, comprobaciones sobre el estado de salud o el de la familia, anticipaciones sobre el futuro de tipo catastróficos que mantienen y amplifican los síntomas de ansiedad iniciales, percibiendo cada situación como de riesgo y alarmante.

La Nosofobia es un trastorno específico de ansiedad, que se caracteriza por el miedo exacerbado, irracional e incontrolable a padecer o desarrollar una enfermedad mortal. Nosofobia de -nósos ‘enfermedad’ y -fobia, ‘miedo a la enfermedad’

Considerando que el virus es un peligro real que se produce en la era de la comunicación se constanta un doble efecto. El primero de ellos, que consideramos positivo y más amplio, dibuja un entorno social más prevenido, más informado, más protegido y más solidario. Sin embargo en algunas personas, dependiendo de su variables individuales y personales, esta situación puede derivar en síntomas hipocondríacos que conforman un patrón definido:

  • Hipervigilancia y mala interpretación de las sensaciones corporales: cuando comprobamos con mucha frecuencia nuestro estado de salud, tratando de identificar nuevos síntomas o el empeoramiento de los que creemos haber detectado (me pica la garganta, parece que tengo tos, me encuentro fatigado, parece que no respiro bien…). Esto provoca que cada vez detectemos más síntomas y nos encontremos peor, se trata de una retroalimentación.
  • El malinterpretar estas sensaciones corporales nos suele llevar a conductas constantes de comprobación, las cuales realizamos para intentar salir de la incertidumbre que nos generan esas sensaciones corporales. Pueden ser, ponerme el termómetro frecuentemente, tragar de manera compulsiva para observar si me duele o me pica, preguntar a otros si me notan peor de aspecto físico o si notan lo mismo que yo, buscar en internet, llamar al médico con frecuencia. Estas conductas tranquilizan al principio, pero pasado un tiempo, la incertidumbre y el miedo vuelve e incluso con mucha más fuerza e intensidad, hasta que acabamos agotados, pudiendo interpretar este agotamiento como fatiga debida a la infección por COVID-19.

Es preciso decir, que en las circunstancias que todos estamos viviendo, y por tanto ante la cual hay quien responde con un mayor grado de ansiedad, es normal que muchas personas se muestren en algún momento hipervigilantes ante la presencia de algún síntoma de COVID-19. El problema viene cuando constantemente nos sentimos amenazados y víctimas por poder padecer esta enfermedad y empezamos a desplegar dichas conductas hipocondriacas, que pueden acabar inundando nuestro día a día.

¿Qué podemos hacer para tolerar esta ansiedad? Algunas pautas generales que podemos llevar a cabo son las siguientes:

  • Para disminuir la hipervigilancia, podemos realizar actividades distractoras como son conversaciones con nuestros familiares o amigos sobre otros temas, centrarnos en nuestras aficiones, lecturas, cine, etc. Es importante que sea algo que nos guste hacer y nos mantenga cognitivamente activos.
  • No interpretar las sensaciones corporales que estemos teniendo, sobre todo las de carácter más subjetivo como por ejemplo, el dolor de cabeza. Es mejor basarnos en datos objetivos como es la tos, la fiebre, para ello nos podemos poner el termómetro como mucho dos veces al día, por la mañana y por la tarde-noche, no más.
  • Para disminuir las conductas de comprobación: no preguntar a otros como nos ven o si les pasa lo mismo, no buscar en internet, no mirar continuamente noticias sobre la evolución de la enfermedad. Dedicar como mucho dos momentos al día a ver noticias y siempre que sea información de fuentes oficiales como la OMS, el Ministerio de Sanidad, el BOE, etc.
  • También, podemos contextualizar la información atendiendo también a otros factores como el número de personas que se están curando o el porcentaje de personas a las que le afecta de manera grave. Basarnos en los datos objetivos y fiables que tengamos a nuestra disposición y atenernos a las indicaciones médicas de cuando llamar al dispositivo sanitario pidiendo ayuda.

Otras pautas más generales en relación al manejo de la ansiedad son:

  • Utilizar las redes sociales para estar cerca de nuestros amigos y familiares.
  • Realizar ejercicio: aunque sea en casa, el movimiento es necesario para regular la energía que provoca la ansiedad, desperezar los músculos y hacer que nos sintamos mejor.
  • Rutinas: Es importante tener cierta rutina flexible, esto nos ayudará a mantener un orden de actividades diario. Es aconsejable diferenciar los lugares de la casa para las distintas actividades.
  • Recuperar aficiones abandonadas. Es posible que tengamos más tiempo que antes. Podemos intentar aprovechar este tiempo de confinamiento para recuperar o empezar aquellas actividades o aficiones que teníamos abandonadas, siempre que sean compatibles con la situación de confinamiento.

Si pasados unos meses notamos que el malestar persiste, es recomendable pedir ayuda profesional sanitaria adecuada (psicólogos u otros profesionales de la Salud).

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