La CULPA  ese sentimiento doloroso y desagradable que nace de la autosanción o el autocastigo. Es el señalamiento acusador o la condena producida por algo que hicimos o que no hicimos y que se asume que debíamos hacer o no hacer.
No sólo se proyecta hacia el pasado sino también al futuro y por lo tanto nos limita.
Este señalamiento genera sentimientos de tristeza, remordimiento, lamento, ansiedad y angustia, impotencia y mucha frustración ya que es a fin de cuentas un sentimiento punitivo hacia nosotros/as mismos/as que nos condena al bloqueo emocional.
La culpa es herencia moral de la religión judeocristiana y un importante pilar de los valores en los que se sustenta nuestra sociedad actual. Funciona mediante dos vías: o bien nos culpabilizamos a nosotros/as mismos/as o bien culpamos a los demás de aquello que no funciona adecuadamente en nuestras vidas. En cualquiera de sus dos vertientes constituye una de las maneras más hirientes de inflingirnos daño emocional.
Esto se traduce en un ataque directo hacia nuestra autoestima (debido al continuo castigo autoinfringido) o si hemos optado por la segunda vía, otorgamos a los demás la responsabilidad de manejar nuestras vidas con su comportamiento viéndonos como víctimas, lo que hará muy difícil escoger el camino de la mejora personal ya que no nos consideraremos dueños/as de nuestras vidas.
 
La culpa tiene poco de nosotros y mucho de social. Es el filtro que en su medida justa nos ayuda a vivir en sociedad. Es como una especie de conciencia que nos alerta cuando no estamos actuando correctamente para con los demás. Sin embargo es importante que estemos alertas ante los niveles de culpabilidad que sentimos ya que basar nuestra vida en ese sentimiento nos acorrala en alguien que no somos y nos empuja a vivir muy lejos de quien queremos ser: la culpa nos impide expresar (y en muchos casos tampoco sentir) emociones y deseos.
 
La culpa es pues la única emoción de todas que nos limita. El resto de emociones por desagradables o displacenteras que nos parezcan tienen una función y hemos de dejar que la cumplan.
Emociones como la tristeza, el enfado, la rabia, la frustación, el dolor o el miedo se hacen tóxicas cuando aparece la culpa para filtrarlas: “me he enfadado demasiado con mi pareja” “no debería estar triste” “me da miedo eso que al resto le parece una tontería”. Nos hace sentir que no estamos a la altura de lo que se espera de nosotros/as y además nos cuestionamos y como ya se comentó eso es un campo de minas para nuestra autoestima.
Arrastrar la culpa nos mantiene atados a quien no queremos ser. Nos resta autonomía. Nos aisla de nuestra esencia, nos empuja a sensaciones de impotencia y malestar.
 
¿Qué hacer?
 
Por un lado es importante el cambiar la palabra “culpa” por la palabra “responsabilidad”. Cambiando la manera en la que nos hablamos en nuestro diálogo interno podemos cambiar nuestras emociones. Sentirnos responsables de los acontecimientos negativos nos invita a resolverlos. Si nos sentimos culpables sólo existe el sentimiento negativo, sin mucho margen de acción: o nos ataca y machaca la autoestima, o nos victimiza.
 
Empezar a entender que no soy responsable de todo lo que ocurre en mi vida. Siempre hay un contexto (social, familiar, moral, político, etc). Somos responsables de lo que nos ocurra, pero no de manera exclusiva. Esta responsabilidad es compartida. Deberíamos examinar, con la mayor objetividad posible, qué parcela pertenece a mi exclusiva responsabilidad y cuál no. No se trata de repartir la culpa, sino de no acarrear con la responsabilidad que no nos pertenece.
 
Considerar que hemos cometido un error. Se trata de ser más indulgentes con nosotros/as mismos/as. Todos cometemos errores porque somos seres humanos. Podemos, por tanto, examinar qué errores hemos cometido hoy para ocuparnos de nuestra parcela de responsabilidad en el futuro, cuando volvamos a enfrentarnos a una situación parecida.
 
De esta manera, no sólo podemos aprender de nuestro comportamiento y del error cometido, sino que estamos en disposición de perdonarnos. Recuerda que la culpa nos lleva al punto opuesto del continuo, es decir, al castigo. Así que la clave está en dos palabras: ACEPTACIÓN Y PERDÓN.

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